
En pocos días, la aparición del nuevo navegador Google Chrome ha desatado todo un debate sobre las verdaderas intenciones de Google. Por una parte, están los que opinan que es tecnológicamente mejor e incluso han dejado de lado Firefox indefinidamente, sin plantearse nada más. En el otro extremo están los que no se fían y se muestran reacios a utilizarlo por tener una licencia poco clara, carecer de plugins o por ver un intento de suplantación de la Internet misma.
En algunos casos, esta suplantación es mucho más grave y desesperante de lo que estos escépticos se imaginan. Compañeros del trabajo y gente que conozco, cuando quieren ir a una página, aunque la hayan visitado miles de veces, van a Google, buscan la dirección completa y entonces hacen clic sobre el primer enlace de la lista, el que querían desde un principio. Son incapaces de hacerlo de otra forma que les haga perder menos tiempo.
Hay que decir que muchos de los que hacen esto no utilizan otros servicios de Google, pero tienen una necesidad de utilizar el buscador mucho más acuciante que los demás: creen que tienen que pasar por el buscador por fuerza. De hecho, no me extrañaría que una buena parte de las búsquedas que Google tiene que servir fueran de gente que no sabe utilizar el navegador de otra forma.
Lo peor, en realidad, no es la pérdida de tiempo que supone, sino algo mucho más peligroso: una empresa les está filtrando lo que ven de la Internet. Bien mirado, es como dar pasos de la mano del banco que te ha dado la hipoteca…
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